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Ruido en un pueblo manso

  • Escritura
BMW M4

Parado en el pasto de la esquina, me acaricia la brisa leve de mediodía soleado. No se mueve nada en el pueblito, como de costumbre. Se ven cuadras cortas de asfalto resquebrajado, bordeadas de verde con casas delineando el aburrimiento relajado, tan lejos como quiera mirar.

Pero la calma dura poco. Un retumbar rítmico sacude el suelo a lo lejos, golpeteos supersónicos que se convierten en un silbido, luego un gruñido, y finalmente una sombra en la distancia sobre la lengua gris que recorre el campo. El viento me agita y el sol de las doce blinda la vista, reflejado por el metal de un objeto extraño acelerando por la entrada al pueblito. Un recuerdo lejano de años, casi una leyenda, se remueve en mí. Hace mucho tiempo supe cómo se llamaban estos bichos, creo.

La silueta emite un par de gritos roncos y atronadores, y con un chillido, se para justo enfrente de mi esquina. Alguien sale de dentro del monstruo azul, con un golpecito suave, y me invade el aroma punzante de aceites y goma caliente. Un deportivo, eso es.

El tipo camina en mi dirección y se deja caer sin permiso, acostado y apoyando la cabeza sobre mí, para disfrutar de la sombra. Lo dejo estar por curiosidad, porque en el pueblo nunca pasa nada. Me eligió por alguna razón, esta vereda, esta cuadra de entre todas las otras cuadras idénticas que había libres con otros árboles. Lo miro sacar un pucho y prenderlo, el humo gris azulado se mezcla con los gases de combustión que siguen en el aire. Pronto la brisa también se los va a llevar. ¿Será que esos también se meten en la fotosíntesis, haciendo crecer hoja y rama? ¿Que un árbol se puede alimentar de un motor?

El deportivo sigue imponente marcando territorio frente a mí, a pocos pasos. Me inclino admirando el interior, haciendo frente a la brisa que hace susurrar a las hojas, crujir la madera. Se trata de cuero y vidrio con líneas elegantes. Yo tenía uno de estos, creo, hace mucho, ¿o no? No el mismo tipo de auto, pero sí supe tener uno. Cómo será manejarlo, me acerco mirando de reojo al tipo que sé que debe tener la llave en el bolsillo. El auto está quieto por ahora, pero listo para rugir en tanto gire la llave en el contacto. Intento apartar pensamientos indecentes, y miro a través del parabrisas, donde caen algunas hojas sueltas.

Admiro el tapizado, y no puedo dejar de oír el eco de los pistones en la memoria, de hace unos minutos y también de hace muchos años. Chispas estallando el aire comprimido con la nafta, empujando piezas que giran decenas de vueltas por segundo, líneas de aceites que empujan el sistema de dirección y controlan los frenos. No es muy diferente de un árbol, aunque claro, la combustión en la naturaleza ocurre al revés. Qué loco pensar en una planta moviéndose a la velocidad de un auto, es insano. Sigue la sensación de haber estado en la misma situación que este tipo. Supe manejar y visité miles de lugares, pero hace tanto que ya no recuerdo por qué me detuve acá. En esta esquina.

El sol sigue pegando fuerte y el cigarrillo no es más que una colilla humeante bajo el sol. El tipo ya se durmió completamente, estamos solos con el auto. A fin de cuentas, ¿por qué no? El pueblo está vacío. ¿Por qué no probar una acelerada al motor? Sentir de cerca ese poder inmenso, controlarlo con un pedal por un instante, como en los viejos tiempos cuando me movía con libertad. La llave está ahí, puedo ver el destello que invita. Si no intento ahora, no me va a volver a pasar, así que me acerco un poco más. Presto atención a la queja de la madera en el aire, el único ruido en todo el pueblo.

La tengo. La carrocería se hunde bajo mi peso, logro abrir y cerrar la puerta y la llave ingresa en contacto con un tintineo angelical. Una mirada al hombre, apenas si visible en el pasto, y pruebo encender al monstruo, que me saluda con voz ronca. Pruebo acelerarlo levemente, y el bramido penetra el cielo de todo el barrio. Intento otra vez, y otra, mientras el sol pega aún sobre el hombre tirado sin sospechas a pocos metros de la vereda.

Una lluvia de hojarasca y coníferas se precipita al interior del auto, ahora con el cambio puesto y preparado para partir. Cuestión de soltar un pedal, ya puedo visualizar el salto que vamos a dar. En pocos segundos estaré fuera de la vista del tipo, de la esquina, del barrio, de todo. Abrazando la ruta gris en dirección al horizonte, para salir para siempre, estar donde nunca jamás estuve. ¿O volver por donde vine? El monstruo tiembla levemente, y yo también.

Pedal a fondo. Una cascada de sonido, rechinar de ruedas quemándose y subo marchas, segunda, tercera, aullando cuadra tras cuadra que se convierten en un borrón homogéneo en pocos segundos. El auto y yo, unidos en viaje al desconocido. Allá por la esquina que solía ser mía, dejé plantado mi tronco y mis hojas, el tipo, esperando la próxima visita que lo rescate a él.

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