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Tierra húmeda

Atardecer sobre un camino de tierra

Camino calle abajo y miro el suelo, como suelo hacer, para no meter el pie en un pozo. Pero esta vez es una hora a la que no suelo salir, el atardecer, y el cielo está muy luminoso hacia el oeste. Levanto la mirada y es bellísimo, aunque ya desaparece. No estoy seguro de exactamente qué significa la imagen, pero ciertamente es algo nuevo, diferente. Diferente ¿siempre está bien? Como mínimo me hace sentir vivo, me alimenta, desde la curiosidad.

Pasé más de dos horas leyendo un decreto presidencial. Comí la merienda a la hora de la cena. En el trabajo, ni bien llegar me senté a escuchar audios de una amiga a la que no le hablaba desde hacía meses. Me desperté con sol después de una semana entera de lluvia todos los días. Detalles, obviamente, pero es algo.

Quizás la razón del cambio es la del antihéroe, al que el mundo lo obliga a cambiar. Como llovió tanto esta semana, el camino de piedras prolijo por el que siempre voy se había convertido en un mar de bordes filosos sin una línea clara que transitar, y la rueda delantera pegó varios saltos y aterrizó con un golpe que sacudió la bici desde su base, como chocarse los dientes contra el borde de una taza. Tuve suerte de no pinchar. Al segundo día me bajé de la bici y caminé esas cuadras, como cuando recién me mudaba y no tenía movilidad.

Diferente. Invita a pensar si el motor detrás del cambio es la necesidad de algo nuevo, la curiosidad pura, o si en realidad mi camino actual es el correcto, pero no estoy haciendo el esfuerzo que requiere para continuar. Porque claro, la mañana después del piedrazo decidí que no era factible volver a cruzar, pero me resistía a la idea de bajarme. Estaba pensando qué otro camino podía tomar para evitar esa zona, porque me había convencido de que caminar no era lo que quería. Y sin embargo cuando lo hice no se sintió así, sino que era algo lógico. Me pregunto cuántas veces me habré perdido de aprender y de disfrutar, o de volverme más resiliente, solo por haber reflexionado en el caos de la cabeza, en vez de en frío. O al menos, sin probar “qué pasaría si”.

La vuelta también resultó en un cambio, porque me dejaron de funcionar los auriculares. Por alguna razón se había accionado el botón de stop y el confort del podcast se había evaporado, dejándome a solas con el sudor y el sonido de goma sobre pedruzco. Forcejeé unos minutos con el auricular siendo totalmente consciente del ruido ambiente, llegando a pensar en parar y sacar el celular para darle a play. Pero seguí, y ya inmediatamente la cabeza se sumió en otras ideas — probando errónea la teoría de que sin música, el deporte se me haría insostenible de lo repetitivo.

Me falta más cambio. O más resolución, en realidad. Quizá la cuestión sea perseverar, ya sea a través del camino de siempre, o de uno distinto, pero en 4K.

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