Me levanté con el sol, o incluso antes de que salga. Qué lindo que es tenerlo disponible casi todo el año, y qué fácil que es darlo por hecho. Casi siempre me dedico a mirar el celular mientras espero que me pasen a buscar, pero levanté la mirada y me encontré con arte.
Curiosa la combinación de solcito y frío. Algo helado para cortar con el sueño, para despertar los sentidos, y el sol para que la transición no sea tan brusca. La promesa de un día enérgico, que se mantiene en promesa hasta que uno le sonríe al escáner facial del trabajo y empieza la jornada oficialmente.
Un momento de cambio, justo como la rotonda que tenía enfrente esa mañana.
Me hizo pensar en las veces que dejé de hacer o pospuse decisiones por alguna condición arbitraria. “Cuando termine la carrera voy a aprender a bailar”, “cuando consiga trabajo voy a cocinar cosas más elaboradas”, “cuando me mude solo voy a dedicarle tiempo a la guitarra”.
En verdad estamos siempre en tránsito, y lo que no tenía en cuenta al pensar como antes era que aunque yo me limitara, la vida continuaba. Y vivir no era solamente proyectar a futuro; vivir es vivir. Uno no deja de avanzar aunque gire en la rotonda.
Nada, eso.