Ir al contenido

tenso negro ahogo stop

  • Random
Hombre mostrando el cuello

Nahuel estaba boqueando pálido en el colectivo. Los músculos se le agarrotaban comprimiéndole la respiración, y no podía esperar, no llegaba más a su casa. Se levantó y pulsó el botón para salir, le gritó el chofer que espere, que se hubiera parado antes, pero lo ignoró y siguió apretando, frenó y saltó afuera, dejó que se vaya el colectivo, necesitaba aire fresco.

Pero el aire no llegaba, no venía, no pasaba. Se llevó una mano a la garganta y presionó, pero solo logró hacerse doler. Los oídos le pitaron en rebeldía, y el dolor, la tensión seguía ahí, seguía ahí, caminó unos pasos y levantó la vista. A ver si con un poco de agua, necesitaba agua urgente, no había una sola plaza y eran todas casas, una atrás de otra, ni una sola canilla pero había un café abierto unos metros más allá en la calle de enfrente. Sin mirar, cruzó y no venía por suerte nadie en el tufo del verano, cruzó y se metió al local.

Por favor amiga necesito agua, no tenés agua, le escupió y la moza lo miró como a un moco pegado en un vestido de novia. No tenían agua seguramente, tenía que pagar y se sacó la mochila, le tembló la mano pero logró abrir el cierre, acá está, le dijo sin decirle, y se le escapó una moneda que tenía en la billetera cuando se abrió, el cuello tenso no lo dejaba pensar. Cuánto se—cuanto sale, tengo plata, le escupió de nuevo y ella se fue para adentro y le dijo un número que no le alcanzaba, no le daba el tiempo se estaba ahogando.

Salió afuera y miró el cordón de la vereda, agua, no dudó y se tiró de golpe. Agua, un par de tragos de agua recalentada y sucia, que lentamente le calmaron la sensación de estar ahogado. Estaba bien, tenía sabor a tierra nada más, como meterse al río.

Se puso de pie y miró a los costados, mientras se secaba la boca con la remera. Bajó la vista cuando terminó y no, está todo sucio otra vez se tensó, necesitaba hacer algo, todo sucio, otra vez no se agarró el cuello y apretó con ambas manos y se asfixió un poco pero no cedía, no pasaba aire. Miró a todos lados, uno, dos, tres latidos y arrancó a correr, por lo menos en casa iba a poder hacer algo, corría. Pasó por al lado de un árbol y se le ocurrió capaz, capaz que si me cuelgo y estiro, no pasa nada solo tenía que subir y raspaba la corteza la palma, tiró la mochila porque le pesaba. La mano le raspaba y se subió la rama lo sostenía, y estaba colgado.

La columna se le relajó ligeramente y disfrutó el dolor en los hombros y cuello, porque hacía mucho que no estiraba los músculos. Sentía la respiración pasando con dificultad desde la boca hasta casi el estómago, con los abdominales flexionados. Inspiró hondo en paz, llenó de aire y cuando espiró, descomprimió un vez más toda la tensión.

Qué raro estar así colgado, viejo, pensaba Nahuel en un árbol cualquiera en la vereda de un vecino cualquiera de la ciudad. Menos mal que no es mi barrio, se reía un poco mentalmente, sintiendo ya una pequeña incomodidad en las manos. Ir al gimnasio no lo había preparado para sostenerse tanto tiempo de una rama que le hería la piel.

Después de un rato pegó el salto y se sacudió la tierra. Miró alrededor para orientarse y sonrió en el calor de la tarde. Había que volver a casa, así que arrancó la caminata. No estaba muy lejos.

Unas cuadras más adelante, empezó a escucharse cada vez más fuerte un boom, boom, el parlante de los turros de enfrente. Ya estaban con el vino, se sentía el aroma sospechoso de cierta hierba quemándose, y se apuró por las dudas, el cuello se tensaba otra vez apretó el paso, otra vez incómodo a ver si llegaba y entraba rápido y nadie me ve. No llego más, estaba subiendo los escalones del portón y vio que uno se quedaba mirando raro, lo miraban, la remera sucia se acordó y el cuello estaba más intenso, se tensó hasta la mandíbula, con una mano se tenía el cuello apretado y con la otra quiso sacar la llave pero la mochila no la tenía, se la había dejado en el árbol y ahora qué hago.

Se apretó todavía más y ahora sí no podía respirar, sí se estaban riendo de su remera toda llena de tierra, no puedo entrar, estaban ahí y se reían cada vez más y le quemaba el estómago tenso el cuello, cómo hago no puedo irme ni entrar, le quemaba la mirada de los turros en la espalda y el boom boom en los oídos humo en los pulmones no sé qué más qué más qué más comenzó a pegar patadas a la puerta, patada blam, blam, no se abría ¡blam! Sonó un grito y ojotas en la calle, alguien le tocaba el hombro y ¡blam! alguien le decía, amigo qué hacé, me olvidé la mochila, pará qué hacé amigo, y Nahuel blam y el boom boom del bajo y se cayó al piso y paró y lloró.

Se sentía caliente el escalón donde se había desplomado, se abrazó las rodillas y metió la cara para que no lo vieran, y lloró un poco. Su cuello se iba aflojando, alguien le ponía la mano en el hombro. La quemazón del estómago se estaba apagando de a poco, y Nahuel se dio cuenta que había desaparecido el boom boom de enfrente. Sonaba un grupo de voces preocupadas y más ojotas cruzando la calle.

«¿Todo bien ameo?», le dijo el turro con la mano en el hombro, y Nahuel sintió fresca la cara al levantar la vista. Le hizo que sí con la cabeza, una semi sonrisa débil. «Todo bien, me dejé la llave en la mochila, la perdí en la calle hace un rato». «Te llamamo’ al Gonza que e’ cerrajero», «nah, no te preocupes», «dale ameo no e’ nada, no cuesta na’». «Bueno dale, muchas gracias».

Se levantó con el apoyo del turro, se limpió la cara en la camiseta embarrada y le ofreció la mano en un saludo que el turro le devolvió. Tosió un poco, pero ya no le apretaba más el cuello.

¿Qué opinás?

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *