Los pies me llevaron lejos en estos días. Es curioso, porque uno recorre muchas cuadras bajo la ilusión de hacer grandes distancias, pero aquí solo miden cincuenta metros. Es decir que para saber si fui lejos, no alcanza con mirar el mapa, sino que tengo que mirar el reloj. Al menos, hasta que ajuste la intuición a esta ciudad más comprimida de lo habitual.
Comenzar de cero es muy curioso. Las prioridades cambian constantemente, y cuando un día uno se cree totalmente satisfecho, al día siguiente la situación cambia y lo abruma a uno la desesperación. Eso es cíclico, supongo, con períodos cada vez menores hasta que se alcanza la estabilidad cuando asoma algún atisbo de rutina.
Quizá me equivoco, a fin de cuentas soy principiante siendo principiante. No me considero todavía ciudadano de aquí, pero lo bueno es que nada es imposible; la ciudad aún tiene todo por mostrarme. Si no tengo expectativas, me puedo sorprender con facilidad. La caminata de esta mañana lo comprueba, me pareció hermoso el trayecto que para un lugareño probablemente es aburrido.
Lo otro interesante es que el aspecto de edificios y paisajes distantes, mientras acompaño el recorrido de un camino aparentemente infinito, me deja empatizar con los personajes de ficción. Largo tiempo leí sin consecuencia que Gandalf y Pippin debían recorrer más de 300 millas para llegar a Minas Tirith, pero ahora en este paseo peatonal envidio que ellos fueran a caballo. Curioso cómo viajar pone en perspectiva varias cosas, en este caso literalmente.