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¿Y si se cae?

Hand on the handle of a coffin

Mi primita preguntaba qué pasaba si el ataúd se les caía a los ángeles de camino al cielo, mientras mis tíos le explicaban lo que iba a pasar con la abuela. Mi primer instinto fue de reírme, por la inocencia de ella. Pero es una pregunta legítima: a la abuela la estaban sosteniendo y se podría caer.

Es sabido que los funerales son para los vivos. Nos cuesta dejar, y el esfuerzo es mayor cuanto más cercana es la persona. El propósito como reunión es de apoyar a quien sufre, hacerle sentir que no está solo. Cuidar que no se caiga, justamente. Por otro lado sirve de reflexión, para reconocer aquello que estamos cargando en la vida que quizá no sea importante, o no tenga remedio. Todos llevamos peso de nuestra historia, o de otros, que no nos aporta nada. Como escuché en una serie que vi ayer, lo que debería preocuparnos es de llegar al final con ocho amigos: uno por cada manija del cajón.

También pensé en el destino final del viaje. En su forma más austera es un nicho, el lugar asignado para guardar los restos de alguien. Pero desde lo abstracto, más allá de interpretarlo o no desde la religión, el destino final es el ritual de despedida, como cuando a diario se termina una charla. Claro, no decimos las mismas cosas ni la intensidad es igual, pero a fin de cuentas todo termina donde comenzó, con palabras. “Hola” y “adiós”.

No sé si tengo la respuesta para mi primita, al menos nada filosófico. A nivel físico, por el contrario, es simple. Si algo se cae en el trayecto, uno lo levanta y continúa caminando. Lógico.

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