De camino al bar, paro un segundo y saco el celular del bolsillo. El lente dispara y, sin sonido, se lleva un momento congelado en el bolsillo. El mundo sigue en movimiento, pero para quien observa está quieto, mientras no saque los ojos de la pantalla. Seguimos caminando.
Llegamos, pedimos la cena, comemos. Horas más tarde, mediando alcohol en agua de
deshielo, fluyen las emociones de fin de año y verdades ocultas detrás de la corteza prefrontal.
Siempre me gusta el fin de año, está bueno para cambiar de aire, para pensar desde cero.
— Bueno, vos porque estás programado para pensarlo así, porque en realidad es una construcción mental, no significa nada.
— Sí claro, tenés razón que es arbitrario. Pero eso no le quita lo interesante. Está bueno hacer un análisis, mirar lo que pasó y hacia dónde voy. Recuerdo mi yo de 26 años y no reconozco el lugar adonde estaba, un año antes.
Ella se ríe, y asiente mientras da otro trago. Lo primero que viene a la cabeza es el trabajo. El trabajo no es el centro de la vida, pero a veces también es el fin además del medio, y por algo uno siempre busca ir progresando.
— Me planteo, ponele, si quiero la responsabilidad que vendría con un puesto de más jerarquía. Pero no es eso lo que me preocupa, sino no ser suficiente para afrontarlo.
— Claro. A ver, herramientas sobran —dice ella y le creo, siempre ha sido muy perceptiva-—. Lo que a vos te falta es dar el paso.
Dar el paso. Curiosamente detrás de su cabeza veo el semáforo de la esquina que está en verde, pero aunque aún hay tiempo, el cronómetro de a poco avanza y eventualmente va a cambiar de color. Mi mente vuela hacia Ezeiza, el mudarse a otro país, con lo que fantaseo en voz alta siempre que tengo oportunidad.
— Podría estar en literalmente cualquier lado, amiga. Si me llaman mañana de cualquier lado no me importa, me subo y me voy. Después me preocuparé de lamentarme.
Ella hace un gesto de “y dale entonces”. Me río y miro a un costado.
— Para mí es al revés, mi familia me ata, es todo lo que tengo. Me re cuesta dejarlo atrás.
— Y sí, te entiendo. Hace poco que pude reparar la relación con mis viejos y a veces tengo miedo de no poder pasar suficiente tiempo antes de ya no tener más la chance. Pero siento que podría, es más, ellos lo desean para mí.
— Sí obvio. Pero igual no es lo único. Es difícil reconocer que uno tiene el poder de hacer lo que quiera con su vida. Tengo para el avión ¿entendés? La semana que viene me compro el pasaje y estoy en otro lado. Pero estando en Argentina no hay forma de comprarse otro pasaje más. Es una sola chance, es eso o nada.
— Como Jack Sparrow, una sola bala en la pistola, en una isla en medio de la nada.
— Claro, exacto. Da mucho miedo.
Me reclino en la silla. No me siento del todo listo para hacer el esfuerzo, pero por otro lado eso es ser adulto. Entender que hay que actuar aunque no quiera, para poder mejorar mi propia vida. Un boost al
carácter tampoco viene mal.
— Descontrolar un poco además, salirse de lo pactado, estaría bueno este año.
— Claro, boludeces que merecemos y me niego. Lo del viaje por ejemplo, dije que no porque nunca tomé todavía una decisión que requiere tanta plata, man. Me deja helado.
— Y pero hay algo ahí, tenés algún bloqueo con el disfrute, algo que tenés que trabajar. La plata está para
disfrutarla, encima en este contexto el ahorro se devalúa inmediatamente.
— Seh, no tengo excusas, es cosa de planear hacer, y meterle a las cosas que siempre quise. O que digo que quiero.
— Es el miedo —dice ella, y mira a otro lado— que nos detiene. Mucho miedo.
— Mal, somos una verga.
En el amor igual. Siempre expectador, es decir espectador con expectativas pero desde las sombras. Me convencí de que era porque estaba sin trabajo, luego porque mudarme era prioridad, luego porque estaba corto de horas después de trabajar, luego porque las chicas que me gustan son demasiado inalcanzables. Pero de nuevo, la clave estaba en intentarlo y ya.
Miro las llaves, me concentro en las formas. Puedo quitar y agregar cualquier llave que desee, en cualquier momento, nadie me detiene. ¿Año nuevo, llave nueva? No sé. Me quedo unos minutos en silencio, el mundo se detiene y es hermoso dejarse fluir. Sin el control de nada, hombre y mundo son uno en el calor de verano.
Y de golpe la voz de ella le pone play a la vida otra vez.
— ¿Pedimos la cuenta?
— Dale.
Toca seguir.