Uno
No disfrutaba demasiado de la fiesta, estaba formando el círculo ridículo mirando bailar a mis amigos, con la risa congelada en la cara como si disfrutara el ambiente de mierda este. Música que no escucharía jamás, y Alicia que había querido pararse justo enfrente del parlante. Me iba a quedar afónico y, aun así, no nos estábamos entendiendo por sobre el punchi-punchi del DJ.
Tomé un trago más, inhalando humo, y de repente todos en el medio de la pista gritaron al mismo tiempo, salieron corriendo hacia afuera. Nos miramos con los chicos y pronto entendí—una picazón pesada se metió en la nariz, perforó hacia la faringe y se alojó ahí sin dejarme respirar. Empecé a toser con la música retonando en el cerebro, y salí como pude atrás de mis amigos. Mala decisión. Aire puro pero helado, que me congeló las ideas pero no hizo que se despejara la garganta. Tosí aún más.
Me doblé sobre mí mismo y la náusea se levantó desde el pecho, pero no terminó de salir porque tosía demasiado seco. Sentí sabor a sangre en el aire antártico de la calle, se me entumecieron los ojos y levemente escuché voces gritando sobre gas pimienta. ¿Quién tira gas pimienta en un ambiente cerrado así? Dementes.
Dos
Cada ruido me llegaba hasta el centro del cerebro, sentía el corazón latiendo a cada golpe en los oídos. El quejido del amortiguador, el soplido del freno de aire, la alarma para bajarse del colectivo, el tañido de algún maletín contra el metal de las barandas. Hacía días que estaba así, pero ya no más. Eso según las reviews que había visto en internet.
Una vez abajo, entré al local y sonaron las campanitas de la puerta. Cerré y dejé de sentir el motor del colectivo, que seguía su camino hacia otro lado.
— ¿Qué necesitabas, pibe?
— Protectores auditivos, de esos que usan en la obra, ¿tenés?
— A ver, dame un segundo.
Fui preparando la billetera, porque aunque iban a llevarse todo mi presupuesto, no importaba. Necesitaba paz, le comenté mentalmente a una estantería llena de focos de luz de varios tamaños y formas. Al ratito apareció de nuevo el tipo atrás del mostrador.
— Los que me quedan son estos. De vincha no tenemos todavía, tenés que esperar a la semana que viene, que va a venir el distribuidor.
— Permiso, ¿a ver?
— Son lavables, y no te molestan para usar abajo de gorros por ejemplo. La gente los usa bastante para ir a nadar, por ejemplo, o algunos para dormir cuando los vecinos tienen perros. Cubren más o menos el mismo rango que uno de vincha, y no se te calientan las orejas.
— ¿Cuánto duran más o menos?
— Y viste, son lavables, no necesitás cambiarlos a cada rato, duran un tiempo.
No tenía mucha fe, además no había leído sobre estos, solo los otros, tradicionales. Pero no podía esperar una semana más.
— ¿Y cuánto sale?
De regreso en el colectivo, rompí una de las dos bolsitas para examinar mejor. Nada muy elaborado, una goma amarilla unida por cuerda plástica a la otra, idéntica, que iba en la otra oreja.
Me lo coloqué y se me vino el corazón abajo—se escuchaba exactamente como siempre, solo que un poquito menos. Era más eficiente ponerme las manos sobre los oídos, que uno de esos supuestos protectores. Todavía escuchaba cada puto ruidito del colectivo, y una vieja unos asientos más adelante que hablaba por teléfono para todo el vehículo.
Saqué el celular para investigar, capaz me los estaba poniendo mal. Leí un tutorial y probé de la forma que ahí decía, claro, tengo que primero comprimirlo para que se expanda dentro del oído. A ver, intento así—
Impresionante. Como haberle subido el volumen al silencio, apenas escuchaba mi propio pulso en el oído y sentía cierta presión incómoda, pero nada más. Casi tiré el teléfono poniéndome el otro también—
Inspiré. Espiré.
Pasaron algunos minutos.
Veía cosas moverse, la señora seguía hablando, pero lo único que sonaba era el propio protector cuando se movía levemente en el oído. Intenté con algunas palabras, pero el sonido no llegaba a los oídos con normalidad, solo las identificaba como vibraciones en la cabeza.
Cerré los ojos y me recosté en el asiento. Una sonrisa invadió mi rostro lentamente.
Tres
Estaba colgado mirando los apuntes, que no tenía ganas de leer. Encima tenía hambre, re daba para unas milanesas. Sonó el teléfono y me sacó del trance—me saqué los protectores para atender, y me atacaron los gritos de la novela que miraban los chicos, dos puertas de por medio.
— ¡Holaa!
— Alicia, amiga, ¿todo bien? ¿Qué onda?
— Acá bárbaro, escuchá. Estoy acá con el grupo y me dijeron que hay joda el finde, el centro de estudiantes organiza para hacer un beneficio de un viaje que quieren hacer. ¿Te prendés?
— ¿Una joda?
— Sí, ya sé—debió oír desconfianza—pero vamos todos, hace mucho que no sale todo el grupo. Aparte ¿no es que te compraste esos cosos para los oídos? Que me habías dicho el otro día, que los tenés siempre en la mochila por las dudas y eso.
— Bueno, es que no sé si quiero que me vean todos con los protectores puestos.
— ¡Qué les importa! Somos gente grande, hacé lo que quieras, si no les gusta a los otros no miren.
— Lo voy a pensar y te aviso.
— ¡Dale! No seas cagón.
— Te aviso, amiga.
— Está bien, pero decidite rápido que hay que comprar entradas. Y después te mando para la bebida. ¡Nos vemos!
— ¡Chau!
Apoyé una vez más el celular sobre la mesita, boca abajo para que la pantalla no me distrajera, y me quedé pensando con los brazos cruzados. Los protectores me devolvieron la mirada desde arriba de los apuntes, a la espera. Alicia tenía razón, era un adulto, no había mejor oportunidad para probar si eran realmente lo que necesitaba, y hacía mucho que no iba a bailar.
Lo podía pensar después. Miré los ejercicios que tenía que entregar mañana, me faltaba poco, pero la mente ya no me estaba funcionando, la llamada ya me había sacado de “la zona”. Además había kilombo en el comedor, con la novela espantosa esa que miraban los retrasados de mis compañeros. Me puse una vez más los protectores, y salí de la pieza.
Mientras se hacía la milanesa, le reaccioné con emojis a los mensajes de Alicia, emocionada porque le había dicho que sí. Pero apenas podía mantener la alegría intacta con los simios atrás mío poniendo el televisor tan fuerte que vibraban casi las paredes. Casi que daba ganas de agarrarlo y tirarlo por el balcón de una vez. Encima, empezaron a levantar las voces, así que di un portazo para aislarme dentro de la cocina.
¡Dios! Menos mal que tenía los protectores. Les podía decir que se callen, pero no hacían caso. El televisor siempre sagrado. Qué rabia, se suponía que estábamos ahí para estudiar. ¡Dios, cállense! Se sintieron un par de golpes, una silla que se estrellaba contra la mesa, alguien que se metía en la pieza, la puerta cerrándose. Genial, ahora se iba a poner música espantosa en los auriculares esos horribles hasta quién sabe qué hora de la noche, y yo iba a tener que ponerme los protectores para dormir, porque claro que lo ponía tan fuerte que se escuchaba igual.
¿Olor a quemado? ¡No!
Cuatro
Sonó la alarma, que apagué inmediatamente. Miré la hora, las 5 de la mañana. Me destapé haciendo de la frazada un abanico, y me la enrosqué en la espalda para no tener frío en el balcón.
Inspiré fuerte y el aire fresco me renovó la energía. Cerré los ojos, y dejé que el silencio de la madrugada me impregnara completamente. No había pajaritos, ni televisión, ni el zumbido de un celular, ni el crujido del fuego en el calefactor. Solo mi respiración, y la ocasional brisa que movía las hojas de algún árbol.
Si tan solo la paz pudiera durar todo el día. Apoyé los brazos en la baranda helada, meditando sobre aquel día de la fiesta, el gas pimienta y la tos interminable sabor a sangre. Tenía audición perfecta en aquel momento, y no lo sabía. Una contractura se fue propagando en mi pecho, se cerró sobre mi voz. Endurecí el rostro pero no logré detener las lágrimas.
Se levantó viento, y el frío de afuera penetró la frazada ondulante. El susurro se convirtió en una voz firme que me dio dolor de cabeza, así que metí la mano en el bolsillo del pijama, derrotado. Sin energía me puse, primero en un oído, luego en el otro, el protector. El dolor seguía, pero al menos tenía verdadera calma. Al menos hasta que se levanten los chicos.
Cinco
Alicia se secó el sudor de la frente, tiró el destornillador al piso—con un ruido horrible— y se desplomó sobre la cama recién armada. De a poco el depósito iba tomando forma de pieza.
— Bueno, va quedando. Después queda poner esas placas de ahí para que aíslen mejor, y bueno, te va a faltar un roperito que te podés conseguir después—sorbito de mate.
— Gracias amiga por todo. No me bancaba más ese antro, eran muy ruidosos todos. No podía vivir en paz. Además es temporal eh, hasta que encuentre otro lugar donde alquilar.
— No hay problema. Pero escuchá, yo sé que me explicaste todo pero ¿seguro que necesitás tener eso todo el tiempo?
Alicia apuntó con el mate en la mano, y cejas arrugadas. Me golpeé los auriculares de vincha que tenía sobre los de todos los días.
— Sí, yo sé que el doctor dijo que mi audición está bien, pero está en cualquiera. Yo sé que algo debo tener, voy a buscar más opiniones. Mientras tanto tengo que estar seguro.
— Pero no hay nada de ruido—crujido de la cama—estás en un depósito interno, acá no pasan colectivos, no hay ventanas o puertas y somos solo nosotros dos.
— Sí que hay ruido.
— ¿Como qué?—sorbito.
— ¿Cuándo te vas a terminar ese mate? ¡Dios!
Alicia levantó una ceja, y se sonrió.
— Bue, me colgué, ahí voy—. Dio un sorbo largo e insufrible para vaciarlo, y lo volvió a cebar.
— ¿No ves? ¡Ruido! ¡Hay ruido en todas partes!
— Es joda—Alicia bajó lentamente el mate y cruzó los brazos.
— No, no es joda, necesito paz y estás tomando ese mate del orto.
— ¿En serio me estás diciendo? Tenés dos cosos uno arriba del otro y no se escucha nada de nada—madera de la cama—. Ya lo intenté yo, de onda, y no me escucho ni respirar. No sé cómo hacés para tener oídos tan sensibles.
— ¡Para eso está el doctor, tarada! Tengo algo y necesito paz, así que no pienso admitir ruido nunca más.
— ¿Te molesta mi voz también ahora?
— Si te soy honesto, sí, Alicia, me rompe las bolas.
— Bueno, te dejo en paz entonces.
Se fue y sentí un puñetazo en la cabeza cuando golpeó la puerta. Me sacudí del shock, y manoteé la cola plástica y los paneles. Había que aislar la pieza lo antes posible.
Seis
Notificación de la mamá de Alicia, ya estaba todo listo. Dejé el celular en la cama y me preparé mentalmente para el proceso.
Entre la mugre del piso rescaté mis pantuflas, y estiré los músculos para descontracturarme de tanto estar acostado. Inspiración profunda. Espiración temblorosa. Me llevé las manos a los auriculares de vincha, y sentí el graznido de los dedos rozándolos por fuera, directo en la mente. Los separé de las orejas de a milímetros, y el mundo subió a un volumen insoportable junto a puntadas de dolor. Finalmente los dejé a un lado, y me quedé solo con los protectores de goma. El aire me atacaba.
Me saqué la remera con mucha paciencia para no rozar los oídos con la tela, y también la dejé a un costado. Agarré las cosas, cerré los ojos para soportar el crujido de la puerta al abrirse. Se me aceleró el corazón y se trabó mi garganta saliendo al pasillo, sentí cada sílaba que se hablaba en la cocina, varias paredes de por medio, cada roce de mi chancleta en el piso. Me golpeó la puerta del baño al cerrarse.
Me metí en la bañera y me preparé para lo peor. Tenía lista la bolsita con el protector limpio, y una toalla al lado. Con solo la cabeza fuera del agua, tomé aire y me sumergí entero. Estando bajo el agua apreté los dientes y en un par de movimientos bruscos me saqué el protector y grité con todas mis fuerzas del pinchazo doble.
Como pude limpié mis oídos rápidamente, salí del agua aún ensordecido por el mundo y me sequé con la toalla. Con manos temblorosas saqué el protector limpio de su bolsa y me lo puse.
Mi cabeza iba a estallar, pero al menos lo peor había pasado. Respiré hondo una, dos, tres veces.
Ahora me podía terminar de bañar.
Siete
punchi-punchi-punchi
Estiré los pies, froté los dedos uno contra el otro múltiples veces, retorcí los tobillos. Sentía la lengua seca, la frente sudorosa y la ropa pegada al cuerpo. Algo atrás de mis ojos estaba caliente, y apreté los dientes. Suspiré.
punchi-punchi-punchi
Me apreté los auriculares contra las orejas con las dos manos. La mamá de Alicia me había avisado que iba a haber joda al lado esta noche, pero aún así no justificaba el estruendo insoportable.
punchi-punchi-punchi
Por qué no nació en otro día, por qué no en otra ciudad, por qué no festejan en un salón si quieren hacer todo ese barullo, dejen dormir
punchi-punchi-punchi
Encima todo repetitivo, me destapé y salté de la cama, me puse a pensar opciones. Tendría que llamar a la policía pero nunca vienen rápido. Podría cortar la luz, pero no es mi casa. No tenía parlantes, me encantaría ponerles metal a fondo para que vieran lo que se siente, toda la noche jodiendo.
PUNCHI-PUNCHI-PUNCHI
eran las tres de la mañana. abrí la puerta de golpe, corrí al baño, me devolvió la mirada un fantasma con auriculares, me lavé la cara
PUNCHI-PUNCHI-PUNCHI
corrí al comedor en puntas de pie, hace mucho que no veía esa habitación desde que me llevaban la comida a la pieza, nada para inspirarme
PUNCHI-PUNCHI-PUNCHI
qué hago dónde voy
PUNCHI-PUNCHI
una mesa, mantel, un escritorio, cartuchera, la abro, veo un lápiz, marcador, una tijera
PUNCHI-PUNCHI
una tijera—respiro hondo la aprieto con fuerza
PUNCHI-PUNCHI
me saco los protectores me ataca el sonido me suena el corazón fuerte golpea
PUNCHI
la aprieto respiro hondo
—esto va a doler—
PUN
Grito. Dolor. Sentí el vibrar de mi garganta. Pero ya no escuchaba nada. Iba a despertar a todos, reflexioné. Me desplomé en el piso, vi caer la tijera ensangrentada. Un gusto metálico me llenó también la boca, y vi las caras de horror de los padres de Alicia y de Alicia seguramente también. Estaban gesticulando algo, pero por las lágrimas no distinguí quién era quién. Ya no había más nada.
Presté atención a mi alrededor. Se había silenciado para siempre el mundo, así que sonreí con el borde de la boca, a pesar del dolor espantoso. Alguien me movía, de un lado a otro y era agradable. Tenía las manos pegajosas de sangre, pero me iba a bañar libre porque ya no me iba a joder el ruido de la ducha. Ya no me iba a joder ningún ruido, nunca más.
Cerré los ojos. En el pecho, un suave golpeteo.
tuc-tuc